Poemita de la atalaya

Un día al sol se le olvidó atardecer,

y herido por el viento que silba en las atalayas

acabó patidifuso tras las nubes,

como yo por tu pelo y mis manos en tus labios.


Ahora en las calles de Madrid,

donde el viento no azota 

y el sol acaba en una triste rutina,

extraño la alegría de tu pequeña rebeldía interna.

La busco en los gorriones de las plazas,

y en algunas flores atrevidas en invierno

que se sublevan contra el abrazo del frío y el asfalto.


Quizá algún día aquí el sol 

también se olvide de ser y sea olvido.

Quizá algún día se tiña de acuarelas el cielo del ocaso,

Y me sonrías y te sonría 

en una curva furiosa de violetas y corales.

(fuente)



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